Conocí un lugar donde la brisa de las sonrisas movía los hilos que sujetaban las ilusiones. Los hacían vibrar, para forzarlas a reaccionar e intentar así hacer realidad los sueños de los hombres, de los tranquilos, de los de miradas alegres y por que no, de los insensatos que persiguen vientos pasajeros, que les susurraron al oído mentiras piadosas sobre la consecución de los anhelos.
Tragar saliva y salir a caminar. Hoy me he vestido con todas las prendas que me gustan de mi armario, las he puesto unas sobre otras y así con todo lo gustoso he salido a pasear, tres cuadras después de abandonar mi portal, me he encontrado con el sol, de golpe me ha calentado y he tenido que deshacerme de varias prendas, las voy guardando en una bolsa gigante que llevo siempre conmigo, es la bolsa de los objetos esperantes, de los artilugios ilusorios, no pesa demasiado.
He buscado dentro de mi bolsa las gafas de sol, las encontré al fondo a la derecha, las saqué de la caja protectora y me percaté de que uno de los cristales se había desprendido, la angustia me superó. Entonces medité unos segundos, decidí usar las gafas para protegerme del sol, pero cerraría el ojo descubierto, para que los rayos no pudieran fulminarlo.
Para la mayoría de personas, llevar un ojo guiñado un buen rato, es agotador, pero en este sentido yo pertenezco a la siguiente evolución y puedo cerrar mis ojos indistintamente, funcionan alternativamente.
Caminé varias calles más allá y de pronto caí en la cuenta de que ya no recordaba para que había salido de casa. ¿Iría a comprar pan de molde? ¿Iría a alguna cita a ciegas? ¿Iría a alguna fiesta salvaje en la casa más desordenada de la ciudad? Cubrí mi boca entreabierta con tres de los dedos de mi mano derecha, las uñas rojas rebosaban saturación, ante mis labios ligeramente pálidos por la impresión.
Del susto, abrí instintivamente mi ojo descubierto, quedó aplastado por la cantidad de luz, la pupila reaccionó y se cerró dolorosamente, una punzada inconsolable. Me repuse y seguí caminando, mi ojo sano me indicaba el camino, mi ojo deslumbrado, me deleitaba con un punto rojo gigante que se vaiveneaba con mi movimiento ondulatorio.
Desesperada paré un taxi, me subí en la parte de atrás y mientras me sacaba las gafas, le pedí al señor taxista que me llevará lejos de allí, hasta donde empiezan las calles de casas nuevas de Madrid, tan altas, que nos dan sombra.