La buscadora de hombres tranquilos o el hombre calmado inasible
Si no hay una miseria inmersa en todo esto , no crearía ningún interés, en los que nos miran. La tristeza suele adueñarse de mi, cada vez más a menudo, el letargo del ala del pájaro, tirado en el suelo, toco las letras, las rozo con mis dedos, y me saben a melancolía, me recuerdan los escalones ya roídos, de la ilusión que jamás recuperé.
Y vi una vez en tus ojos, todo lo que siempre busqué, y vi en ese brillo, el color verde de mis emociones, pero no supe entender que detrás había demonios, e incluso tu, hombre tranquilo, corrías en silencio para dejarlos detrás. Y ahora las imágenes se colapsan en mis párpados, que bella palabra, el párpado cerrado no dejaba ver la lágrima que escondía, no permite a la tristeza naufragar hacia el pómulo, hacia la comisura de la boca. Y allí colapsadas, todas esas sensaciones convertidas en fotografías, que se mueven a velocidad de entendimiento, se quedan baradas, esperando el vínculo, la mano que recoga la mía y la fuerce a ser exigente, a buscar mas allá, que son maravillosas pero no encuentran conducto.
Por eso te pido, hombre tranquilo, que me mires de nuevo, que recuerdes que en una ocasión quisiste tocarme, que recuerdes lo que después olvidaste, te acerques a mi y me susurres que vayamos juntos, hacia ese lugar donde residen todos mis miedos, hacia ese hueco donde se instalan todas mis impotencias. Se que las podría hacer explotar, matarlas una a una, y sin embargo me pierdo en cariños que no conducen más que a mañanas desconocidas. Desayunos fríos, y caricias descompuestas, en pedazos de desesperación, de alivio y conformismo, por que esto es lo que hago, por que esto es lo que soy, y no puedo evitar querer que me mires y que acaricies con tu dedo índice las letras de mi nombre, y quizás si te atreves lo digas en alto y resuene como la mayor de la verdades, y se ahogue como el mayor de los silencios, contenedor de las impulsivas emociones, contenedor de las realidades no distorsionadas. Hombre tranquilo te estoy buscando, pero no estas allí donde te vi la ultima vez.
Me dicen que te estas marchando, que estas partiendo hacia los sueños compartidos, y seré yo la única que conciba la coincidencia, seré la única que sepa de las casualidades no casuales que unieron caminos desparejos, y separaron ya demasiados futuros inconexos. Y seremos paralelos, y nos saludaremos desde lo lejos. Cada uno en una linea, la mía ondulada, la mía ondulada.
Le dijo la niña cojín, después ladeo la cabeza, buscando cierta intimidad, mostrando la liberación del peso quitado. Él fuerte y rotundo como se mostraba siempre, se levanto, recogió su bolsa de viaje del suelo y salió por la puerta. Entonces la niña cojín, comprendió, una vez más, que lo que para ella había sido transcendente, para él, no había sido nada más que un café a las seis de la tarde. Y pensó para si, la niña cojín, lo debía de haber intuido, si yo jamás había bebido café.